Vitaminas, minerales y otras sustancias presentes en los alimentos se han mostrado eficaces, a grandes dosis, para prevenir y mejorar las enfermedades emocionales y psíquicas. Texto: Juan Carlos Mirre
La importancia de los suplementos alimenticios en relación a los desequilibrios mentales lleva investigándose desde hace más de 50 años y, en la actualidad, pocos dudan de su eficacia, a excepción de la medicina psiquiátrica oficial y los psicoanalistas más ortodoxos. Al mismo tiempo, cada vez despierta más dudas la efectividad de los fármacos psicoactivos: un reciente artículo publicado en el Journal of the American Medical Association señala, por ejemplo, que estos no son mejores que placebos cuando se aplican a personas con depresión debil a moderada.
El doctor C. Pfeiffer, uno de los pioneros en el uso del tratamiento nutricional para los problemas mentales, descubrió que cerca del 90% de los pacientes clasificados como esquizofrénicos podrían reintegrarse en la sociedad a través de una terapia basada en la dieta y la nutrición complementaria. Por lo general, la medicina oficial los considera como incurables y los somete a la dependencia de las drogas psiquiátricas de por vida.
Hace unos tres años, Jack Challem publicó el libro La comida, una solución al malhumor, en el que analiza los resultados de las últimas investigaciones que relacionan la dieta con las alteraciones psíquicas, desde los raptos de malhumor hasta el insomnio, la depresión o la esquizofrenia. Mantiene que la falta de neuronutrientes, que al principio se manifiestan como inexplicables ataques de mal humor, irritabilidad, fatiga, insomnio y accesos de ansiedad o de depresión leve, a la larga acaban evolucionando hacia la esquizofrenia, el trastorno bipolar o la depresión crónica si no se realizan a tiempo los necesarios cambios en la dieta y no se recurre a complementos nutricionales.
Un poco de historia
El año 1897, el doctor Christiaan Eijkman, a cargo del Hospital de Sumatra, en la actual Indonesia (entonces una colonia holandesa), observó que las gallinas alimentadas con arroz pulido (descascarillado) mostraban síntomas muy similares al beriberi: debilidad y dolor en las extremidades, edemas, arritmia y confusión mental. Cuando las aves volvían a su dieta habitual de arroz integral, se restablecían rápidamente, recuperando la salud. Investigando más sobre el tema con su ayudante, el Dr. Gerrit Grinjs, llegó a la conclusión de que el beriberi se debía a la carencia de un nutriente esencial que más tarde se denominó con el nombre de la vitamina del beriberi o vitamina B (después, tiamina o B1).
Otra enfermedad causada por carencias vitamínicas es la pelagra. Aunque este es su nombre oficial –debido a las dermatosis deformantes y endémicas que se extendían por el norte de Italia (piel-agria)–, la enfermedad fue descrita por primera vez por Gaspar Casal en 1735 en su libro Historia Natural y Médica del Principado de Asturias y, desde entonces, en España ha sido denominada lepra asturiana.
Durante la Primera Guerra Mundial, la enfermedad alcanzó proporciones endémicas en los Estados Unidos y el gobierno decidió una campaña de investigación médica dirigida por el Dr. Joseph Goldberger. Este aprovechó los campos de prisioneros para ensayar distintas dietas, demostrando en poco tiempo que la enfermedad se debía a la carencia de la vitamina que más tarde se denominó B3 o niacina. La pelagra es también conocida como la enfermedad de las 3 D: Dermatitis, Demencia, Deceso.
Como hemos visto, los estados carenciales de la B1 como de la B3 afectan a la salud física, pero también se manifiestan en el sistema nervioso o psíquico. Si bien la carencia absoluta o casi absoluta de estas vitaminas difícilmente puede manifestarse hoy en día con la dieta habitual, sí puede haber muchos casos de déficit crónico de una vitamina, lo que con el tiempo puede afectar al sistema nervioso y más si esa insuficiencia coincide con otras carencias nutricionales, o con desequilibrios bioquímicos producidos por una alimentación incorrecta o como consecuencia de una medicación, de un ambiente tóxico o de alguna adicción (especialmente el alcoholismo).
Varios estudios han demostrado que un déficit subclínico de B1 puede originar depresión, inestabilidad emocional y agitación. Ensayos realizados con B3 han dado resultados comparables a la acción de las benzodiacepinas: relajantes, sedantes y tranquilizantes. Su empleo en altas dosis se ha revelado efectivo frente a la esquizofrenia.
A mediados del siglo pasado, varios científicos de la talla de Linus Pauling, C. Pfeiffer, A. Hoffer o H. Osmond construyeron las bases teóricas y experimentales de la medicina ortomolecular y, en particular, de la psiquiatría ortomolecular, que en esencia puede definirse como el tratamiento de las enfermedades mentales mediante complementos nutricionales y, en especial, con vitaminas.
A medida que se fue avanzando en conocimientos sobre la bioquímica del ser humano y de los animales, se han ido encontrando nuevas moléculas orgánicas que están implicadas en el equilibrio del sistema nervioso y en el funcionamiento del cerebro. Hoy sabemos que el cuerpo sintetiza numerosas proteínas que actúan tanto a nivel de neurotransmisores como de hormonas y que nuestro bienestar emocional es el resultado de un delicado equilibrio entre todas esas sustancias, que unas veces actúan de forma sinérgica y en otras antagonizando unas con otras.
La clave de la salud reposa en la capacidad del organismo para procurarse con la alimentación las materias primas necesarias para sintetizar esos neurotransmisores y en hacerlo en las cantidades que el cuerpo requiera en todo momento. Ahora bien, esos procesos de síntesis química se revelan extraordinariamente complicados y hay unas moléculas en ellos que actúan como catalizadoras de ciertas etapas críticas del proceso: las vitaminas. Por ejemplo, la vitamina B6 es fundamental para la síntesis de serotonina, dopamina y GABA (Ácido Gama-Amino-Butírico), y la vitamina C para formar la norepinefrina a partir de la dopamina.
El ácido fólico o vitamina B9 es bien conocido porque se suele administrar a las embarazadas. Una leve carencia en folatos puede dar origen a malformaciones en el tubo neuronal del feto y degenerar en espina bífida. Sin embargo, la administración de esta debería hacerse antes del embarazo ya que un nivel óptimo de la misma puede llegar demasiado tarde en el proceso del desarrollo fetal (clave entre los días 21 y 27 de la concepción).
Pero las deficiencias de B9 no sólo tienen importancia para las embarazadas y su hijo. En coincidencia con otros investigadores, Edward Reynolds señala en Folic acid in Neurology que los niveles bajos de ácido fólico se caracterizan por la aparición de estados depresivos. En ancianos, los bajos niveles de B9 se asocian con demencia senil, Alzheimer y pérdida de memoria reciente.
La B6 o piridoxina, que como ya hemos visto es clave para la síntesis de varios neurotransmisores, aumenta la producción cerebral de serotonina, lo que se traduce en una sensación de relajación y tranquilidad. Junto a ésta, hay que destacar la vitamina B3 (la de la pelagra). Abram Hoffer, el pionero de la psiquiatría ortomolecular, trató a más de mil pacientes esquizofrénicos con grandes dosis de vitamina B3 (1 a 6 gramos/día), logrando resultados comparables a las benzodiacepinas.
Respecto a la B12, se han obtenido espectaculares resultados en casos de demencia senil mediante suplementación con vitamina B12 y en especial si se administra junto con la B9.
En general las vitaminas del grupo B suelen suministrarse en conjunto como un Complejo B que incluye: B1, B2, B3, B5, B6, B8 o biotina, B9 y B12, a las que se agregan tres sustancias que juegan un papel complementario y que antiguamente se consideraban como pertenecientes al grupo B: colina, inositol, y PABA.
La colina –al igual que las vitaminas D y K–, es sintetizada por nuestro organismo, si bien, en los casos de problemas mentales o nerviosos, no lo hace en la proporción que se requiere y debe complementarse mediante nutrientes. Se trata de la molécula precursora de un importante neurotransmisor: la acetilcolina, involucrada en las actividades neuronales, desde el movimiento muscular hasta la memoria, la capacidad cognitiva y el equilibrio emocional. Hay varios estudios que demuestran su efectividad tanto en casos de memoria senil como de trastorno bipolar.
El inositol es otra sustancia incluida en el Complejo B y que también puede ser sintetizada deficientemente por el organismo. Hace unos años, se hizo un estudio que comparaba la efectividad del inositol con la droga fluvoxamina (químicamente similar a Prozac) en 20 pacientes que sufrían ansiedad y ataques de pánico, demostrándose que tiene efectos comparables a ese fármaco.
En otros estudios se demostró la efectividad del inositol frente a la bulimia nerviosa, la ansiedad y la depresión, así como en la mejora cognitiva de un grupo de enfermos de Alzheimer. Cabe señalar que el inositol actúa en la sinapsis, al igual que los psicofármacos antidepresivos y ansiolíticos SSRI (inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina), por lo que algunos naturópatas lo denominan Prozac natural. El inositol es un componente natural de frutas, vegetales, legumbres, nueces, semillas y carne, por lo que en una dieta normal ingerimos del orden de un gramo de inositol al día, pero para lograr un efecto farmacológico se necesitan entre 10 y 20 gramos/día.
Los resultados de los ensayos clínicos anteriormente reseñados se realizaron analizando vitamina a vitamina, aunque solemos tomar las vitaminas del Grupo B como un complemento completo (Complejo B), por lo que es de esperar que haya una acción sinérgica de mayor efectividad. Por último, debe tenerse en cuenta que una dieta con exceso de azúcar o abuso de alcohol tiende a consumir las reservas de vitaminas del grupo B del organismo.